Jugábamos con Igor en las maquinitas de Cedritos. Él era el campeón de Cruisin’ the World; nadie, menos aún yo, podía ganarle a él en su camioncito distribuidor de papas Super Ricas. Lanzaba la mano derecha como dando un sablazo para conseguir los cambios y en las curvas se paraba en las ruedas laterales y se deslizaba así por las carreteras del mundo. ¡Qué fuerte eras, Igui! Y ese trofeo que te ganaste, esa copa de plata decorará para siempre el armario de tu casa.